El 18 de noviembre de 1709, sobre las olas retozonas del marabino lago cabalgaba una pequeña tabla lisa. Era de madrugada y un grupo de mujeres cumplía su diaria labor de lavado de ropas. Esa tablita fue tomada por una anciana, porque la necesitaba para tapar la tinaja del agua y la llevó a su casa. Allí, poco a poco, la madera empezó a mancharse, la viejita la limpió y notó que aparecían signos de una imagen religiosa y por esta razón la colocó en un sitio especial de la casa. No pasó mucho tiempo sin que ocurriera el milagro: la casa empezó a sacudirse y se iluminó por completo «con los fulgores que el retablo difundía en haces meridianos».
La pobre anciana, atribulada, se postró de hinojos ante la Virgen de Chiquinquirá y empezó a gritar: «¡Milagro, ¡Milagro!». Los vecinos acudieron y vieron a la Virgen «de color mestizo y de faz indígena, que a todos miraba con semblante acogedor». Posteriormente, las autoridades eclesiásticas pensaron en trasladar la milagrosa tabla a la Catedral, pero la Virgen escogió su propio santuario, al adquirir un peso imposible de ser levantado por los devotos que iban en procesión. Pero al desviar el rumbo hacia la ermita de San Juan de Dios, construida en 1686, todo se hizo posible y desde entonces está allí, La Chinita, alimentando el fervor mariano de los Zulianos.
La pobre anciana, atribulada, se postró de hinojos ante la Virgen de Chiquinquirá y empezó a gritar: «¡Milagro, ¡Milagro!». Los vecinos acudieron y vieron a la Virgen «de color mestizo y de faz indígena, que a todos miraba con semblante acogedor». Posteriormente, las autoridades eclesiásticas pensaron en trasladar la milagrosa tabla a la Catedral, pero la Virgen escogió su propio santuario, al adquirir un peso imposible de ser levantado por los devotos que iban en procesión. Pero al desviar el rumbo hacia la ermita de San Juan de Dios, construida en 1686, todo se hizo posible y desde entonces está allí, La Chinita, alimentando el fervor mariano de los Zulianos.
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